(image courtesy of María Fernanda Ortiz)
“Object
of veneration and worship by some, defiled and prohibited by others;
considered as messenger of the gods and embodiment of the ancestors in
the black religions of Cuba; victim of kidnapping and stabbings by
reactionary and racist authorities, the fate of the drum has run
parallel to that of blacks, their creators par excellence.” (Rogelio
Martínez-Furé, 1979).
On
May 30, 1937, musicians Pablo Roche “Akilakua,” Águedo Morales, and
Jesús Pérez “Oba Ilú,” appeared on stage in Havana, presented by scholar
Fernando Ortiz. Being the first time Lukumí initiates performed bàtá
percussion outside a ritual context, this event set the course for the
integration of this West African cultural form into Cuban national
identity, in a process that Fernando Ortiz called ‘transculturation’.
In West Africa, bi-membraned bàtá drums were traditionally played for both the Òrìṣà Ṣàngó, deity of thunder and justice, and the Egungun ‘ancestor’ masquerades in the city-state of Ọ̀yọ́-Ilé. In the 1830s, with the collapse of Old-Ọ̀yọ́, thousands
of Yorùbá-speaking culture bearers were forcibly migrated to the
Caribbean. In Cuba, the bàtá drummer’s guild was established and passed
on by Yorùbá-speaking migrants like Àtàndá, Añabí and Adéṣínà
in the early 1800s, developing exclusively in the port cities of Havana
and Matanzas. An integral part of communal ceremonial life, the bàtá
drum ensemble was kept hidden because of colonial repression until the
1937 concert. From then onwards, the bàtá drum entered national
consciousness through radio programs, fusion with popular music and
theatrical folklore performances. About bàtá performance, Ortiz wrote:
“The
soloist (called akpuón) begins the song . . . and the choir (called
ankorí) responds in the same tone. But the drumming does not accompany
the songs. One could say that the drums sing on their own and the choir
interweaves with them. In reality the drums, above all the iyá, ‘talk’,
order and guide the singers, who only support them with their voices.”
(Fernando Ortiz 1954).
In 2017, on the 80th
anniversary of the foundational event in Havana, we celebrate the
cultural victory of prestigious African-descendants whose efforts over
several generations have resulted in the globalization of this
tradition.
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L-R: Michele, Yunior, Yosvany, Sandy, Román, Mauricio. I. Miller photo |
Performers:
Bàtá drums: From Cuba - ‘Román’ Díaz, Olúbàtá, of Havana; ‘Sandy’ Pérez, Omóañá, of Matanzas; Mauricio Herrera, Omóañá, of Holguin.
Piano: Michele Rosewoman, of New York City.
Piano: Michele Rosewoman, of New York City.
Voice: Vanessa ‘Ayaba’ Lindberg, of Gloucester, Massachusetts.
Bass: Yunior Terry, of Camagüey, Cuba.
Saxophone and chekeré: Yosvany Terry, of Camagüey, Cuba.
Original idea, research and writing: Dr. Ivor L. Miller, of Amherst, MA.
Thanks to Deena Anderson, Professor Alejandro De La Fuente, Cary García, Ivor Miller, Eva Rosenberg, and Yosvany Terry for helping to organize this event. Sponsored at Harvard University by the Cuba Studies Program, David Rockefeller Center for Latin American Studies; The Afro-Latin American Research Institute at the Hutchins Center; The Center for African Studies; El Observatorio de Cervantes at Harvard University; El Instituto Cervantes.
Celebración de la percusión del bàtá cubano: El octogésimo aniversario de un concierto histórico en La Habana
“Objeto de veneración y culto por unos, profanado y prohibido por otros; considerado como mensajero de los dioses y encarnación de los antepasados en las religiones negras de Cuba; víctima de secuestros y acuchillamientos por autoridades reaccionarias y racistas, la suerte del tambor ha corrido paralela a la del negro, su creador por excelencia.” (Rogelio Martínez-Furé, 1979).
El 30 de mayo de 1937, los músicos Pablo Roche “Akilakua,” Águedo Morales, y Jesús Pérez “Oba Ilú,” fueron presentados en La Habana por el erudito Fernando Ortiz. Fue la primera vez que iniciados Lukumí tocaron percusión bàtá fuera del contexto ritual, este evento marcó el proceso de la integración de esta forma de cultura de África occidental en la identidad nacional cubana, el proceso que Fernando Ortiz llamó ‘transculturación’.
En África occidental, los bàtá bimembranófonos se tocaban tradicionalmente para el Òrìṣà Ṣàngó, deidad del trueno y la justicia, y las mascaradas Egungun ‘ancestros’ en la ciudad-estado de Ọ̀yọ́-Ilé. En 1830, con el derrumbe del Viejo-Ọ̀yọ́, miles de portadores de la cultura Yorùbá fueron llevados a la fuerza al Caribe. En Cuba, el gremio bàtá fue establecido y trasmitido por Yorùbá natales como Àtàndá, Añabí y Adéṣínà a comienzo de 1800, desarrollándose exclusivamente en las ciudades portuarias de La Habana y Matanzas. Siendo una parte integral de la vida comunitaria, la orquesta del tambor bàtá se mantenía escondida frente a la represión colonial hasta el concierto en 1937. Desde entonces, los tambores bàtá entraron a la conciencia nacional a través de programas de radio, la fusión con la música popular y espectáculos folklóricos en teatros. Ortiz escribió sobre el toque de los bàtá lo siguiente:
“El solista antifonero (denominado akpuón) inicia o ‘levanta’ el canto . . . y el coro (denominado ankorí) le responde en el mismo tono de aquél. Pero los tamboreos no son acompañamiento de cantos. Diríase que los ‘tambores’ cantan por sí y que con ellos se entreteje el coral. Son en realidad los ‘tambores’, sobre todo el ‘iyá’, los que ‘hablan’, ordenan y dirigen a los cantadores, quienes no hacen sino secundarlos con sus voces.” (Fernando Ortiz 1954).
En 2017, en el octogésimo aniversario de este evento fundacional en La Habana, celebramos la victoria cultural de los prestigiosos descendientes de africanos cuyos esfuerzos por varias generaciones han resultado en la globalización de esta tradición.
Vanessa 'Ayaba', lead voice. I. Miller photo |